He vivido algunos (pocos) periodos de crecimiento exponencial dentro de empresas. Es lo que llaman en el mundillo crecimiento en forma de palo de hockey, por la forma que adopta su gráfico de crecimiento anual.
En las empresas pequeñas, llega un momento en el que deben tomar la difícil decisión de crecer aceleradamente para llamar la atención de los inversores o estancarse y quedarse como empresas pequeñas el resto de su vida.
Y es donde se desata el caos. No necesariamente un caos negativo, a mi me gusta compararlo con el paraíso (o el infierno) en los cuadros de El Bosco, siempre abarrotados de escenas confusas e inquietantes que representan lo más hermoso y lo más amargo de la naturaleza humana.
Las que apuestan por crecer y tienen éxito, afrontan una serie de retos que suelen ser siempre los mismos:
Su producto no es tan escalable como pensaban. El plan era poder dar el mismo servicio a 200 que a 200.000 personas, pero a la hora de la verdad esto resulta no ser cierto. LA solución pasa por contratar más personal para dar servicio a los nuevos clientes a la vez que se intenta hacer el producto más escalable, porque el próximo salto será de 200.000 a 200.000.000
La gente viene y va. Por un lado, las plantillas se multiplican por 2, 3 o 4. No hay tiempo para que la empresa asimile a tanta gente nueva a la cultura que ya estaba establecida, así que necesariamente la cultura cambia. Los veteranos sienten que la empresa ya no es la que era, así que muchos de ellos deciden abandonar el barco
La empresa empieza a cambiar de sede. Las nuevas necesidades de infraestructuras hacen que la empresa de mude 2, 3 o 4 veces en pocos años, o que abra varias sedes para responder a sus necesidades de espacio. Aquí hay dos vertientes: la vertiente «industrial», encuentra lo más barato que exista con la características mínimas para seguir desarrollando la actividad y la vertiente Google, «vamos a hacer del trabajo un lugar donde quieras estar». Si te interesa un día entro a valorar estos arquetipos.
Los resultados empiezan a ser el fin que justifica los medios. Las inversiones empiezan a entrar. El coste de mantenimiento de la empresa crece muy rápidamente. Las apuestas han subido y siguen subiendo de manera vertiginosa. No obtener buenos resultados ya no es una opción por lo que la empresa empezará a hacer cualquier cosas con tal de alcanzar su objetivo. El coste de fracasar ya no es volver a casa con la cabeza gacha, o triunfas o mueres.
La compañía se desnaturaliza. De repente, la empresa tiene un 80% de trabajadores nuevos, está en otro lugar y muchos de los veteranos deciden cambiar de trabajo. El jefe ha pasado de ser un señor con el que podías charlar todas las semanas a ser un ente misterioso que siempre está de acá para allá. La plantilla ha pasado de ser una pequeña familia a ser un mar de personas que, en muchos casos, ni siquiera han tenido tiempo de conocerse bien entre sí antes de que se incorpore la nueva oleada. Es más, en los casos de fuertes inversiones por parte de capital externos muchas veces es difícil saber incluso quien es el «dueño» de la empresa. A parte del nombre, los rasgos que definían a la compañía se van difuminando.
No entro a valorar la actitud particular de las personas, que daría para otro artículo como el que escribí sobre resiliencia. Lo que quería decir es que normalmente el crecimiento acelerado lleva aparejado un crecimiento de la entropía. Es aquí donde las empresas mueren de éxito. Es bueno que seamos conscientes del momento que vive nuestra empresa para tomar nuestras decisiones.
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