Cuando era pequeño, el mundo me hizo creer que la gente que necesitaba un psicólogo era gente con verdaderos problemas que no eran capaces de resolver. Y ahora, me veo buscando un psicólogo en Madrid para comprenderme a mí mismo y a mis hijos, en el momento en el que me siento más sano mentalmente hablando que nunca. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
He crecido en España, un país donde históricamente la psicología no tiene demasiado arraigo. No es que la gente desprecie la psicología es que, simplemente, no tenemos tradición de mirar las cosas con los ojos de la psicología.
Por fortuna, esta tendencia cambió con mi generación. En mi caso particular, mi primer acercamiento a esta disciplina fue desde el punto de vista del marketing. Mi rama del marketing tiene dos partes muy marcadas: números y corazón. Los «números» siempre se me dieron bien pero, a falta de intuición, necesité formarme en la parta de «corazón». Empecé a leer muchos libros de psicología y empecé a comprender cómo funcionamos los seres humanos.
A parte de un gran salto cualitativo en mis habilidades laborales, este conocimiento supuso para mí un gran crecimiento personal. Empecé a comprender por qué hacía determinadas cosas, el por qué me había sentido de determinada manera en algunos momentos de mi vida, que todo lo que me pasa a mi le pasa a más gente y que los sentimientos y la gestión de las emociones no son una cosa particular, sino que son comunes a todos nosotros.
El siguiente paso fue cuándo empecé a relacionarme con personas que trabajaban mucho. Demasiado. Yo mismo empecé a sufrir problemas de estrés laboral. Fue en esa época cuando empecé a interesarme por la productividad personal. Como ya sabrás si lees este blog, la fórmula de la productividad tiene mucho de psicología. Por lo que empecé a leer más y más sobre la psicología del trabajo, la motivación y qué hace que las personas seamos felices.
El siguiente salto fue cuando tuve a mis hijos. Fue y es, porque a día de hoy los dos son bastante pequeños y me da la impresión de que voy a tener que aprender mucho mucho de psicología antes de que se emancipen. Lo más fascinante para mí de los niños no es que sean esponjas ni que nazcan en blanco y con todo por aprender, que lo es y mucho.
Por un lado, los niños tienen un cerebro inmaduro. Van desarrollando capacidades fisiológicas a su cerebro a medida que crecen que les ayudan a controlarse a ellos mismos y a relacionarse con su entorno. Pero no hablo solo de bebés, un niño no tiene un cerebro más o menos maduro hasta después de la pubertad (hola hormonas, os recuerdo sin cariño). Incluso los adultos mantenemos una gran neuroplasticidad.
Por otro lado, los niños son espejos de nosotros mismos. Tienen un cierto condicionamiento genético heredado de sus padres, sobre el que añaden una capa de lo que aprenden de ti sobre cómo comportarse, que muy pocas veces es lo que pretendes enseñarles en realidad. Observar a mis hijos me ayuda a conocerme a mí mismo. Conocerme a mí mismo me ayuda a conocer a mis hijos y ayudarles a que se conozcan y hacerles más llevadero el traumático viaje del autoconocimiento cuando somos pequeños.
Y por eso me planteo el acudir a un psicólogo. No tengo ningún problema en particular pero si hay cosas que creo que podrían mejorar mis relaciones laborales y personales y me vendría muy bien algo de asesoramiento.
¿Te parece descabellado?
En tanto nos conocemos y entendemos las cosas que necesitamos superar, podemos comprender mejor a los demás. Lo importante es estar dispuestos a generar una mejora continua.