Ser padre es una aventura maravillosa que te hace reflexionar y tener interesantes conversaciones sobre la naturaleza humana, la biología que está detrás de nuestra forma de actuar. Ver como tu hija aprende cosas nuevas todos los días te hace plantearte cómo eres y por qué eres así.
¿El talento se hereda? ¿Tendrá mis mismos gustos o es un tema totalmente adquirido? ¿En que parte mis habilidades para realizar determinadas tareas son genéticas y en qué parte adquiridas? ¿Puedo ser realmente influyente en el carácter de mi hija? En definitiva; ¿puedo proporcionarle todas las herramientas que yo considero necesarias para poder desarrollar una vida plena sin ataduras o depende en cierta medida de una especie de lotería de aminoácidos?
He leído bastante al respecto últimamente y, por fortuna, todo parece confirmar que la práctica es más importante que el talento innato a la hora de desarrollar habilidades. Nada nuevo. Mi entorno personal (y yo mismo) lo componen personas con aparentemente grandes capacidades innatas pero con poco gusto por practicar horas y horas.
Pero ¿realmente cuentan las capacidades innata de un ser humano para desarrollar su potencial? Diría más, ¿existen las capacidades innatas? ¿Tienen mi hija el potencial para ser una compositora de fama mundial o un premio Novel? ¿Tienes tu ese potencial?
Hace poco que cayó en mis manos un libro muy interesante llamado Bounce: Mozart, Federer, Picasso, Beckham, and the Science of Success. En este libro, Matthew Syed hace una profunda reflexión sobre el tema de este artículo, si un genio nace o se hace, pensando en las horas de práctica que realmente han dedicado grandes personajes de la historia a desplegar todo su potencial.
No es el primer libro que leo sobre el tema. Si os interesa no podéis perderos Fueras de serie: Por qué unas personas tienen éxito y otras no. Trata en esencia de lo mismo. Lo que realmente importa es la práctica, el resto no sirve de nada.
Son muy llamativas las historias en las que padres obsesionados consiguen que sus hijos alcancen las metas que ellos les marcaron al nacer. El padre de Agasi por ejemplo estaba empeñado en que su hijo fuera un tenista reconocido. Le hizo entrenar sin descanso desde su más tierna infancia. Y todos sabemos que lo consiguió. Una historia similar es la del padre de las hermanas Williams, que decidió antes de que estas nacieran que iban a ser campeonas de tenis. Más cercana es la historia de Rafa Nadal, de la que ya he hablado alguna vez. Su tío se empeñó en que fuera un gran tenista.
La historia que más me ha llamado la atención es la del húngaro Laszlo Polgar. Este señor decidió cuando se casó con su mujer que sus hijos iban a ser campeones de ajedrez, y así lo hizo saber a todo el mundo que quiso escucharle. Resulta que sus tres hijas son nada más y nada menos que las tres mejores jugadoras de ajedrez de la historia. No parece casualidad.
Es decir, la alentadora e inspiradora moraleja de todo esto es que si yo quiero convertirme en un excelente violinista, en un gran pintor o en el mejor programador del mundo lo único que tengo que hacer es dedicarle las horas suficientes a practicar. También es cierto que para practicar tantísimas horas debes hacer algo que realmente te guste. Yo de joven era capaz de pasarme días enteros casi sin comer ni dormir haciendo enfrascado en proyectos que realmente me apasionaban.
Mi pregunta entonces ya no es si mi hija tiene potencial para alcanzar cualquier meta que se proponga. Mi pregunta es si puedo influir de algún modo para que sus sueños estén alineados con algo que realmente le apasione, para que disfrute pagando el precio de pasar incontables horas practicando y practicando. ¿Estarías dispuesto a pasar 10.000 horas tocando el piano para convertirte en Chopin?
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